Debido a la globalización, o como algunos la llaman el “mundo sin fronteras” o “el fin de la geografía”, las empresas de hoy en día tienen que competir con las mejores empresas del mundo, independientemente de la ubicación y de donde se opere.
El empresario del siglo XXI, ha de saberse manejar entre la expansión globalizadora de los mercados y la contracción especialista de sus servicios o productos; pero también, por, ha de lograr una síntesis entre las vertientes humanas y tecnocrática de la empresa; además, el empresario que no consiga la subordinación de la competencia a la colaboración, no alcanzará mantener a flote a su organización, cuya cohesión se observa cada vez más atacada. (Llano, 2001)
La globalización tiene un impacto determinante en la sociedad, en su cultura, en su modo de vida, su forma de hacer negocios, a tal grado que la misma ha tenido apoyo y rechazo de gran parte de la humanidad. Quienes la aceptan ven oportunidades de negocio, de expansión, dominio, crecimiento y riqueza. Quienes la rechazan ven pérdida de valores, de cultura, de identidad nacional, y la amenaza de competir en desventaja con las grandes potencias.
Cabe destacar la necesidad de instituir un eficiente control internacional de la economía global y de unas reglas de juego más justas, porque las existentes favorecen a los países más poderosos, que se protegen por los medios más retorcidos, practicando un neoproteccionismo incluso en nombre del mercado. Y es que, en realidad, la globalización es no sólo reducida e imperfecta, sino que en muchas ocasiones está amañada en favor de determinados intereses hegemónicos. (Conill, 2001).
Las naciones, la sociedad, las organizaciones, y los individuos deben estar preparados para los cambios mundiales que están sucediendo; el proceso de adaptación no es fácil y menos la aceptación de una nueva cultura que en la mayoría de los casos es vista como capitalista, impuesta y que viene a sustituir los valores y cultura actuales.
Preparar a cualquier empresa para competir en el siglo XXI no será fácil. El camino rara vez lo es. Pero al hacer cambios ahora, al colocar a la organización de modo que pueda operar como una sola entidad integrada en todo el mundo, al hacerla más esbelta, rápida, enfocada al cliente, impulsada por productos, innovadora y productiva; creemos que estaremos preparados no sólo para sobrevivir en la sacudida global, sino para prosperar y crecer en el siglo XXI. (Trotman, 1999).
Ya no es posible detener la globalización; sus impactos y consecuencias más importantes están por venir. Nos veremos afectados en aspectos vitales como son la economía, la actividad colectiva, la tecnología, la cultura, y la ecología. En otras palabras estamos viviendo hoy y para el futuro una nueva realidad mundial llamada globalización; la manera de enfrentarla con éxito es formando una cultura de adaptación a la realidad global basada en la ética y los valores individuales, sociales y organizacionales.